por Luciana Balanesi
Los ojos no son más que unas lentes,
como un objetivo,
es el cerebro quien realmente ve.
José Saramago.
Cuando el nene tuvo hambre le compraron una caja de coloridos confites. Al nene le dio sed y de inmediato fueron en busca de una gaseosa. Cuando el nene, que no superaba los tres años, se quejó porque estaba aburrido la madre, joven y extasiada por tanta demanda, sacó de su bolso una Tablet y se la dio al pequeño quien, con suma destreza deslizó sus deditos por la pantalla del artefacto y por una hora y media dejó de quejarse. Me tomé el atrevimiento, sin que nadie lo note, de tomarle el tiempo. Tiempo era lo que en esa situación me sobraba. La demora en el vuelo acababa de comenzar y no había habido comunicado alguno por parte de la empresa. Aproveché entonces para conectarme y absorber esa vida propia y autónoma que se vive en los aeropuertos que son, al común de los mortales, lugares por los que uno pasa y en los que pasan muchas cosas.
Hacía años que no volaba pero una nieta recién nacida en un país tan lejano justifica la inversión. Entonces el nene volvió a llorar. Ahora la mamá le dio su teléfono celular y me guiñó un ojo en complicidad, excusándose quizás, por la molestia que la molestia del nene pudiera generarme y jactándose de la inmediata solución, táctil y a batería, que calmaba el llanto y desconectaba al nene de la realidad, zambulléndolo en un mundo de situaciones resueltas.
El marido, sumergido en su teléfono sólo y cada tanto codeaba a su esposa y le mostraba, como si fuera un acto de comunicación y confidencia extrema, algo que veía en su pantalla. Risas de por medio, volvía a aislarse en ella.
El inconveniente en el avión se solucionó pronto por lo que embarcamos antes de que al nene algo volviera a molestarle. Se sentaron justo delante de mí. Fue sólo cuando noté que poco le importó ver por la ventanilla el paisaje circundante, majestuoso e infinito de la noche y su lenta desaparición, que un escalofrío de alarma y preocupación me recorrió la espalda. Del otro lado del mar que abajo atestiguaba nuestro paso efímero me esperaba una nieta recién nacida.